San Felipe y su transición de cuatro ruedas a ruedas en línea: desde las rolineras hasta el silicón( Ruddy González)
En San Felipe se ha patinado y
hoy en día se patina. Muchachos han recorrido las calles y avenidas de esta
ciudad desde hace ya más de 60 años. Patinetas, patines, monopatines, han sido las “herramientas” empleadas en la evolución de este ejercicio
urbano. Criticado por muchos, apreciado por pocos, el “skate” y el “roller” son
prácticas callejeras que se remontan a mediados de la década de los sesenta en
un San Felipe muy conservador.
El tiempo no sólo ha servido para convertir al
patinaje en un deporte exigente, sino
que, a la vez, han sido notorios los
avances tecnológicos que apuntan al perfeccionamiento de los implementos
de este ejercicio, que en sus inicios
fue actividad recreativa. Patines graduables con cuatro ruedas de acero con rodamientos de rolineras o cojinetes esféricos (Union 24,
Winchester), dispuestas en pares, con una base de aluminio que se “ajustaba” al
tamaño del pie y te brindaban una modesta
velocidad cercana a los
10Km/h, hasta llegar a los
codiciados Roller Blade o Chicago,
con ruedas de silicón, pastillas chatas ABEC5 y emplazadas en una única
formación líneal, que brindan una velocidad de hasta 60Km/h. Un
desarrollo similar le ha ocurrido a las patinetas: comenzaron con las clásicas
tablas con ruedas de plástico, que después de una buena rodada se fundían
debido al calor y la abrasión, claro (mala combinación), hasta la llegada al mercado de las muy
deseadas Powell Peralta, tablas con diseño aerodinámico, antideslizantes y con ruedas resistentes que si te acostabas
sobre la tabla para minimizar la acción del viento podías alcanzar hasta los 70km/h bajando por
la avenida Yaracuy.
Empezaban
los años noventa y con ellos las
transformaciones en la población juvenil de San Felipe. La incuestionable
influencia de la televisión causó efectos positivos en la evolución de la
actividad del patinaje. La promoción era
impetuosa en ese sentido; desde
películas hasta comerciales para televisión
mostraban deslumbrantes patines, esplendorosas patinetas. Una
impresionante ola “domada” por surfistas
californianos se lograba apreciar en las más populares series de televisión que
llegaban a ese ávido público juvenil
y, como cualquier componente
comercial, todas esas manifestaciones se adoptaron como moda. Sin embargo, si puede afirmarse
sin ninguna duda que la disciplina, como deporte organizado, también ganó,
especialmente.
Tradicionalmente,
era
la época navideña la que la muchachada de San Felipe escogía para
patinar con mucho entusiasmo y de manera más grupal. Posteriormente esa rutina cambió. Cambios evidenciados en la
cotididianidad del ciudadano normal y corriente; modificación en las conductas sociales y evolución en sus
manifestaciones propias. En nuestra ciudad, durante esos primeros años
noventa, existían dos sitios de
afluencia masiva de patinadores: la plaza Cruz Carrillo en la urbanización La
Ascensión y la icónica Plaza Bolívar. Después de estos lugares de encuentro, se
construyó el popular “Ocho”, una especie de piscina de cemento, que pretendía
imitar medianamente las pistas de patinaje
al estilo estadounidense que ya se venían masificando (como ocurre con
la mayoría de sus escenarios y deportes) por el resto del mundo.
Este “8” permitía
desplazamientos, piruetas y, obviamente, los inevitables “carajazos” que
soportábamos quienes nos arriesgábamos a entrar en él. Ubicado en la
urbanización Los Sauces en el municipio Independencia, era lo más parecido que teníamos a una
verdadera pista skate. Allí muchos aprendimos a hacer piruetas y a perderle el miedo a las caídas, sentíamos
adrenalina y sobre todo, adquiríamos nivel competitivo; pocos se atrevían a saltar en esta pista de
concreto en forma del número ocho, por eso su nombre. Hoy mis recuerdos están
cubiertos de maleza, al igual que esa pista, sumida en el abandono, la
indiferencia.
La
plaza Cruz Carrillo, servía para saltar sus enormes escaleras, para bajarlas
patinando, para brincar los muros y lanzarse desde el kiosco del «Pollo» y
culminar en la misma. En la plaza
Bolívar se lograba desarrollar más velocidad por su piso, lo que generaba mayor
desplazamiento, patinabas hacia atrás y era más rápido; una ventaja extra que
tenía esta plaza era que podías
impulsarte desde el semáforo del Rómulo y llegabas en segundos a ella.
Igualmente,
la avenida Yaracuy era muy patinada, al igual que las vías aledañas al polígono de tiro, la avenida Paulo Emilio
Ávila, la avenida Las Fuentes. Y es que todo es de bajada en San Felipe, por la condición de valle de nuestra ciudad:
una ladera, un piedemonte. Guindarse a los carros también fue muestra de que
las cosas cambiaban hasta en la manera de patinar.
Los
patines que usábamos fueron de cuatro ruedas hasta que a la plaza Cruz
Carrillo, llegó Juan Carlos Guédez con unos patines lineales con plancha de
aluminio. Mientras los demás desarrollábamos unos 30km/h, este muchacho pasaba
los 60km/h, si nos lanzábamos desde la redoma de la fuente del indio en la
avenida Yaracuy y cruzábamos en la Paulo Emilio hasta la ascensión, nosotros
por el Fray Luis y él, Juan Carlos ya estaba tomándose un “fresco” en la
panadería de La Galeria.
Lo
más cercano a patín lineal que habíamos visto era aquel comercial para la
televisión de Cocacola, donde varios patinadores hacían piruetas mientras
mostraban lo nuevo en ingeniería roller, los patines en línea. El mercado se
preparó para la llegada de esta innovación y,
a la par, la sociedad sanfelipeña comenzaba con los típicos mitos, que
“”¡si te pones esos patines te puedes partir las canillas!”. “Si patinas en
cuatro ruedas no podrás patinar en línea”. “¡Los patines en línea son del
diablo!”. Mientras que en la televisión veíamos como los muchachos con patines
en línea, patinaban hasta por las paredes, y brincaban a tal altura como en la
película “Airbourne”, donde se podía ver jóvenes en una competencia de patines
descendiendo la “bajada del diablo” (ver la película).
Al
desplazarte con patines cuatro ruedas,
te sentías un poco más seguro, confiado, pero al hacerlo con patines lineales
sentías que la seguridad no importaba casi nada, era mejor sentir la velocidad,
la presión, el vértigo y saltar, saltar, saltar. Al poco tiempo de ingresar al
mercado nacional, ya se podían comprar esos patines lineales en La Casa del
Ciclista o en la tienda Yonekhura y claro que eran caros, pero había que
usarlos, los cuatro ruedas ya no daban la nota, tenías que montarte en unos
lineales para que sintieras todas esas emociones confluyentes (vértigo,
presión, peligro, velocidad). Así se vivió esa transición, así se cumplió el ciclo, pero como todo
ciclo, ¡vuelve!, y ya se logran ver
algunos patines cuatro ruedas de nuevo en las calles y avenidas sanfelipeñas y
no se trata de que el formato lineal haya fracasado, se trata de moda, se trata de lo retro, se
trata de que la vida es cíclica y lo clásico siempre estará vigente. La vida es
una sola, pero…¡hay que patinaaarr!
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