COCHOCHO A la memoria de Gerbasio Osorio.

 COCHOCHO

A la memoria de Gerbasio Osorio.
Al Barrio La Peñita, donde viven estos recuerdos, dedico.
Al principio, cuando lo veia venir por las polvorientas calles del pueblo el pánico se apoderaba de mí. Sabía que su oficio era envenenar los perros realengos, y entonces, todos los perros en Chivacoa eran realengos. Se me parecía demasiado al coco.. A mi temor se unía la rabia que me causaba saber que, los dias de perros muertos, tenían, para mi entender de entonces, un solo nombre: Cochocho.
Después, de tanto vernos, nos hicimos amigos.
Los pocos conocimientos que teníamos los seres de pantalones cortos, nariz mocosa y lagañas en los ojos, alcanzaban para presentir la cercanía de la navidad. Ya para la fecha se sabía cual de las calles iba a servir de manga de coleo, para las fiestas de ese año. Ya se sabía que ese espacio, que este amplio terreno de La Peñita, que durante el año era nuestro parque y nuestro campo deportivo pronto albergaría a los carrouseles que año tras año traía la Inmaculada.
Entonces, por un momento, deteníamos nuestro juego y hablábamos de la “olla” o del “viaje a la luna”, del vuelo liberador de las cotufas al salir disparadas del caldero caliente; del dulzor del algodón de azucar y recalábamos en la navidad que desde ya empezaba a asomar su alegría.
Entonces los niños del barrio empezábamos a coleccionar indicios navideños: Que si ya estan sembrando los granos de maiz para el pesebre. Que esta mañana escuché por radio Barquisimeto un aguinaldo que hablada de que la capillita está abierta de noche y de día. Que ya mi mamá le pidió al panadero los sacos de harina para pintar el papel. Que nosotros los hacemos con sacos de cemento y queda igualito a la cueva de Belen. Ya en mi casa buscaron el chamizo que mamá pinta con pasta de jabon en polvo para hacer el arbolito. Y así, de pronto, nos convertíamos en lectores asiduos de El Nacional y le desarmábamos el períodico que dejaba en el piso Don Rafael mientras dormía la siesta en aquel chinchorro que con tanta ternura mecía, desde la calle, la loca Alba, en aquellos silenciosos mediodias donde la modorra se volvía un soñoliento y amoroso recuerdo. Hasta que alguno de nosotros descubría el esperado crucigrama, que invariablemente traía dibujados los primeros motivos navideños, y cuyo símbolo más visible era San Nicolas.


Desde entonces no había mas tema de conversación que la venida de los Santos dadivosos, y era así en mi pueblo, porque se mezclaron tantas culturas y tradiciones, que para algunos la gran celebración ocurría en la noche del 5 de Diciembre, víspera del día de San Nicolas, para otros era la Nochebuena, cuando el niño Jesús se ocupaba de traer los presentes y los viejos tradicionales del pueblo nos hablaban de los Tres Reyes Magos que vienen del oriente con sus taparitas llenas de aguardiente...
Todos los dias, despues que se levantaba el sol, lo veía venir desde los arrabales que se encontraban en el sector este del pueblo. Los niños suspendíamos nuestros juegos mientras él pasaba con su cara de charro mejicano. Era alto, de caminar degarbado y desordenado, bamboleandose como si vieramos en cámara rápida una procesión de Semana Santa, vestía siempre de paltó con los bolsillos de abajo siempre llenos de algo, sin corbata; con una boca grande, siempre sonriente, toda llena de dientes o de espacios negros y vacíos donde estos debían encontrarse, y su bigote ranchero.
Hoy lo recuerdo con el rictus sonriente de Pedro Armendariz en alguna de las tantas películas mejicanas que vimos en el Lido. Ya para entonces lo que sentía por él era desprecio y rabia, diría que el desprecio del ,ofendido, porque a mediados de año había envenenado a mi perro “Tarzan”.
Cada vez que pasaba a nuestro lado intentaba ser simpático y congraciarse con nosotros, en ese su modo de hablar tatareto, atropellado. Las palabras salían de su boca en ráfaga, como las que disparaban los alemanes en las películas de guerra. Pretendía halagarnos pero no le hacíamos caso, en especial yo, que me sentía incapaz de perdonar el agravio cometido.
Esa Navidad vino de futbol. Lo que restaba del mes de dicembre lo pasamos en la calle, corriendo detras del balon que me había traido San Nicolas.
Llegó el día de Reyes y por no estar en mis tradiciones, como todos los años, amanecí con la certeza de que estos no me trajeron nada.
En un despeje del defensa central, el balón fue a dar a un rastrojo cercano y se perdió entre el monte. Como siempre le amarramos las “cholas al diablo”, con la esperanza que, en su sufrimiento, el maligno nos devolvería la pelota. Pasaban las horas y nosotros continuábamos en nuestra búsqueda. El balón no aparecía. Vino el atardecer, la noche tropezó con la raya del horizonte cuando vimos como su manto negro caia sobre nuestra calle y la pelota no aparecía. En el cielo empezaba asomarse la luna de enero. De pronto, hacia ese mismo lado y ya casi en penumbras vimos algo parecido a la sombra de un camello que caminaba delante de alguien que se me figuró era un cuarto rey mago rezagado. A medida que se acercaba hacia donde nos encontràbamos el Rey Mago se fue convirtiendo en Cochocho. Efectivamente, era él, que empujaba una carrucha, la misma que usaba para recoger y botar los perros muertos antes de que se convirtieran en lo que llamábamos mortecina.
Esta vez no traía ningún animal muerto sino a nuestra pelota, que como corazón con taquicardia brincaba nerviosa en el piso de la carrucha.
Al estar cerca de nosotros se detuvo. Tomó el balón en sus inmensas manos y ofreciéndomelo a mí, sonriente murmuró algo rápidamente. No sé que me dijo, pero de sus ojos encapotados casi se desparrama un aguacero. Por primera y única vez en mi vida lo ví cerrar la boca. Solo hizo un gesto. Inclino su cabeza mientras levantaba levemente el hombro y fue entonces cuando entendí perfectamente lo que desde hacía varios meses quería decirme, mientras de sus manos recibía su arrepentimiento en forma de pelota.
Entonces recibí el único regalo que en mi vida me han traido los Reyes Magos y aprendí lo valiosos que son los dones del perdon, de la comprensión, de la tolerancia y del amor al prójimo.
Desde entonces volví a ser amigo de Cochocho.

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