Rafael Castillo y Senovio Reyes endulzan los días de los sanfelipeños


San Felipe, es un centro poblado y aunque por Real Cedula expedida en España en 1729 y firmada por el rey Felipe V,  por medio de la cual le otorga el título de ciudad y constituida más tarde como San Felipe el Fuerte, aún conserva algunas costumbres.
   Es común, que en los días festivos como la Navidad con sus hallacas, leche é burra, los vecinos compartan estos manjares; al igual que la preparación del  chiguire, dulce de batata, arroz con coco, arroz con leche, buñuelos de yuca, es decir, lo que llaman los Siete potajes en la Semana Mayor.
   Y cuando alguien muere aún se le hace su velatorio en la casa,  se le rezan los nueve rosarios al difunto y la noche final o última noche, se construye un altar de nueve escalones y luego al cumplir un año, se le reza el Cabo de año.
   De manera, que hay rezanderos, gente especializada en armar altares, fabricar hallacas y un oficio que aún existe, aunque lo practican muy pocos, es la venta ambulante de “raspaos”.
   Hoy, quedan muy pocos hombres que ejerzan este oficio, pues en las calles no vemos a las mujeres. Las grandes corporaciones los están aniquilando. Muy pocos aún  sobreviven en medio de la tecnología del frappe que llego a esta ciudad el pasado año 2012, cuando  comenzaron a instalarse en San Felipe sitios para su expendio.
   Un “raspao”, es una bebida cuya preparación es bastante sencilla. Se utiliza una máquina manual para moler el hielo, que luego de troceado se coloca en un vaso, hoy en día por lo general de plástico y hasta el límite, se le añade un jarabe del sabor a elegir, el más populares el de fresa, pero se pueden encontrar jarabes de diversos sabores y por último se rocía con leche condensada y  para su  confección existen dos  “raspaderos”.
   San Felipe, la ciudad capital de Yaracuy, es calurosa durante todo el año. Está situada en un largo valle y   bajo el potente sol, como escribe José Ángel Buesa en su poema “Oasis” “Así como un verdor en el desierto”, el “raspadero” brinda un producto que aporta  dulzura y el frescor a la boca. El hielo raspado y el sabor, son una combinación perfecta, para crear el “raspao”.
                                            


 



 
 

   Y en estos calurosos días finales del 2013, Rafael Castillo,  con su carrito de “raspao”, recorre la ciudad. Aunque todos los días de lunes a lunes su jornada laboral se extiende de nueve de la mañana a cuatro de la tarde, algunas veces se extiende hasta después de la hora prevista.

   Cuenta Rafael, que  en los lugares donde hay cola se vende mucho el “raspao”, también va a la cercanía de los bancos. Pero usualmente su sitio preferido de lunes a viernes, es la avenida Libertador con la calle 15,  una esquina que ya ha hecho suya y en el centro de la ciudad, un lugar muy transitado, pues a lo largo de la avenida se encuentra el  comercio. En esta esquina cada día se coloca debajo de una gran sombrilla azul junto a su carrito y una silla plástica.

   Cada día, se levanta temprano, a las cuatro de la mañana ya está despierto y a eso de las nueve sale de su casa empujando su carito de raspadero. Lleva más de 10 años vendiendo “raspaos” y  cuenta que “a los viejos no nos dan trabajo en ninguna parte”  por eso lleva su negocio propio  del cual vende hasta 100 unidades al día. Sus cuatro hijos han formado su propia familia y vive solo con su mujer, en la Recta de Apolonio, un populoso barrio nacido a raíz de una invasión hace varios años en el municipio Independencia.
De allí, al centro de la ciudad hay unos cinco kilómetros de distancia y Rafael  cada mañana se viene en una camioneta con su carrito para fabricar “raspaos”,  que son generalmente comercializados por vendedores ambulantes, como él.
El carrito de latón pintado de azul, lo guarda cada día en su casa. De forma rectangular, lleva una especie de manubrio para empujarlo y allí le ha colocado unos cascabeles que a semejanza de sonajeros, van titilando por la calle a medida que lo empuja y como dice el poema de Homero, encontrado en un sitio de internet que  Empuja el carrito/y con él sus sueños/Suena la campanita/delicias por el camino”.
En el mismo carrito pintado de azul, en la parte superior se encuentra   el mecanismo para el raspado, una maquinita manual que llama raspadera, que luce su letrero “Taiwán” con su manivela, que al usarla para darle vuelta hace bajar una especie de tornillo que finaliza en un disco plano que aprieta y raspa el trozo de hielo que previamente ha colocado  y este cae ya pulverizado en un envase plástico.
 Luego con una cucharon de metal, toma  el hielo granizado lo coloca en un vaso plástico mediano y sin preguntar al cliente, le coloca colorante como dicen los versos de “Tu y mi rutina” de la autoría de Dina Luz Pardo /el otro ofreciendo el “raspao” /De cola o de tamarindo/ le agrega leche condensada y lo entrega con su respectivo pitillo.
 A cambio recibe diez bolívares. Pero siempre no fue así, cuando comenzó hace unos diez años un “raspao” valía un real, los vasos eran de papel y de forma  cónica, marca Dixie, recuerda Rafael.
 

   En la parte inferior del carrito, guarda el bloque hielo que lleva dentro de una cava,  a un costado las botellas llenas de líquidos de diferentes colores, donde resalta el rojo, de la colita y que retrata Alejandro José Díaz en su poema Festival de sabores”  Un festival de sabores /brotaba de las botellas /y sus bonitos colores /adornaban las aceras.Cada día llega a la esquina, pero depende de lo que suceda en la ciudad se traslada a otro lugar.  Un poco más allá, unas 14 cuadras más abajo, frente al Monumento histórico de la nación San Felipe el Fuerte, que guarda las ruinas de lo que fue la esplendorosa ciudad cuyo título fue expedido por el rey Felipe V, desde hace 29 años cada día llega Senovio Reyes, con su carrito blanco que luce el pomposo nombre de  “Cepillados el Fuerte” y su gran sombrilla amarilla con ribetes verdes.

 
Senovio, trabaja de martes a domingo, de nueve de la mañana a cuatro de la tarde y dice “a costa de este trabajo levante a mi familia”, el lunes descansa, le hace mantenimiento a su carrito y empieza de nuevo el martes.
Su carrito es blanco, abajo guarda el bloque de hielo, en la parte superior en limpias botellas de vidrio, el colorante que describe la canción de Los cuñaos “El raspao” ¡Como no! Ponle tamarindo y también, lígale con rojo y sabor/que así queda mucho mejor y no se te olvide ponerle condensada / es similar al de Rafael, pero en la parte delantera  lo adorna el portal del también Parque recreacional San Felipe el Fuerte y una calcomanía distribuida por la Corporación Yaracuyana de Turismo  donde se lee “YARACUY DONDE REINA LA NATURALEZA”
Los “raspaos”, reciben diversos nombres, en Maracaibo, es el cepillado  al cual la agrupación musical Guaco, compusiera un tema musical /Vengan muchachos pero que compren ahora el cepillao /si no me llaman a tiempo yo sigo es mandao/ dile a tu papi que te pase un bolívar/ el cepillao, que hasta las chicas fascina/ de rojo, con leche, de piña con tamarindo /traigo también limón /vengan que el cepillaero ya llego/ Ya se va! Ya se va el raspadero! / Ya se va! Ya se va el raspadero!

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