Incendio en la Triangle Shirtwaist en 1911 y las mujeres
Lisbella Páez.- Marzo,
anuncia la llegada de la primavera, al fin acaba el duro invierno, que en la
ciudad de Nueva York, había sido rudo, días en que para salir al trabajo había
que atravesar centímetros de nieve
acumulada en las calles.
Aquel sábado 25 de marzo, ya en primavera, las flores
comenzaban abrirse y en la fábrica
textil Compañía de Blusas el Triángulo, propiedad de Max Blanck e Isaías Harris,
que ocupaba los pisos 8º, 9º, y 10º del Edificio Axh de 10 pisos, en la esquina
noroeste de Greene Street y la Washington Place, justo al este del Washington
Square Park, en Greenwich Village este marzo
de 1911, marcaría una nueva
primavera.
Describe el poeta Edwin
Markham, que “En habitaciones sin ventilación, las madres y los padres cosen
día y noche y a los niños que están jugando, les llaman para trabajar junto a
sus padres.
En su mayoría, allí trabajaban mujeres, que desde hacía dos
años se mantenían enfrentadas a Blanck y
Harris, algunas habían
encabezado
la huelga del invierno de 1909, que se extendió a 20.000 compañeras afiliadas
al International Ladies Garment Workers (Sindicato internacional femenino de
Trabajadores de la Confección).
Reclamaban mejoras
para
lograr la humanización de las condiciones laborales imperantes, que eran por
demás opresivas, reducción de la jornada
laboral como así también la erradicación del trabajo infantil, también la ausencia de escaleras de incendio y
elementos para combatirlos.
“Estas mujeres no podían acercarse a hablar
con el propietario; tenían que fumar a escondidas porque no tenían ni permiso
para comer. Recibían bajos salarios, trabajaban largas horas, el sábado en este
caso, y las puertas estaban cerradas con llave. No tenían derechos, ni
protección legislativa o representación laboral”
Las condiciones
laborales en aquellos establecimientos fueron descriptas por una obrera en el libro “Mujeres tenían que ser: Historia
de nuestras desobedientes, incorrectas, rebeldes y luchadoras. Desde los
orígenes hasta 1930” (2011), de Felipe Pigna “¡En esos agujeros malsanos, todos
nosotros, hombres, mujeres y jóvenes ¡trabajábamos entre setenta y
ochenta horas semanales, incluidos los sábados y domingos! El sábado a la tarde
colgaban un cartel que decía: ‘Si no venís el domingo, no hace falta que vengas
el lunes’
También el sitio http://rwor.org
incluye esta descripción “Cientos de costureras, acurrucadas
sobre máquinas de coser de pedal, confeccionaban blusas para mujer, una tras
otra. La luz de unas pocas lámparas de gas arrojaba largas sombras por el
galerón y había que esforzarse para ver en la semioscuridad. Montones de
retazos de tela cubrían el piso y en el aire muerto flotaban nubes de fibras de
algodón.
Las costureras recibían
pago por pieza; la más rápida y más capacitada a duras penas ganaba 4 dólares
por una semana de seis o siete días. Apenas daba para el alquiler de cuartitos
en las destartaladas vecindades y no quedaba casi para la comida. Muchos niños
tenían que dejar la escuela y seguir a sus padres al taller. En el "rincón
de niños" de la fábrica, trabajaban de "limpiadores": cortaban
los hilitos de las blusas amontonadas a centenas a su alrededor.
La fábrica
confeccionista Triangle Shirtwaist producía blusas de mujeres, conocidas como
"shirtwaists." Normalmente empleaba a 500 obreros, mayormente jóvenes
inmigrantes mujeres, con un horario de nueve horas diarias más siete los
sábados,8 ganando por sus 52 h de trabajo entre $ 7 y $ 12 por semana,9
equivalente 2014 de $166 a $285 la semana, o $3,20 a $5,50 /h10
Los capataces andaban
al acecho, vigilando todo movimiento de las trabajadoras y cronometrando sus
idas al baño. Una trabajadora señaló que muchos capataces compraban los recién
inventados zapatos de suela de hule, y así podían acercarse a hurtadillas para
espiar las conversaciones de las costureras en italiano, yidish y media docena
de idiomas más. Había despidos por infracciones leves y en especial por señales
de conexión con la fuerte organización socialista de los ghettos”
II
Y la tarde de este sábado 25 de marzo, un incendio se propagó
en la fábrica de prendas de vestir, en varios de los pisos del edificio Axh en el
bajo Manhattan Lower East Side.
Los trabajadores de la
fábrica, muchos de los cuales eran mujeres jóvenes recién llegadas de Europa
del
Este e Italia, mujeres inmigrantes entre catorce y veintitrés años de edad. La
víctima de más edad tenía 48 años y la más joven 14 años; tuvieron poco tiempo
o la oportunidad de escapar. El fuego se propagó rápidamente y causó la muerte
de 123 trabajadoras de la confección y 23 hombres que murieron por quemaduras
provocadas por el fuego, la inhalación de humo, o por derrumbes.
El edificio sólo tenía una salida de incendios, que se
derrumbó durante las labores de rescate. Largas mesas y máquinas voluminosas
atraparon a muchas de las víctimas, otros por el pánico fueron aplastados mientras luchaban con
puertas que estaban cerradas por los gerentes para evitar el robo, o puertas
que abrieron el camino equivocado. Sólo unos cuantos cubos de agua a mano para
apagar las llamas.
En el exterior, las escaleras de los bomberos eran demasiado
cortas para llegar a los pisos superiores y redes de seguridad ineficaces, rasgadas como el papel.
Las largas llamas
amarillas se alimentaban de la tela y se
extendieron rápidamente por el octavo piso, por los angostos pasillos entre las
hileras de mesas corrían trabajadoras en busca de una salida por las escaleras
o pequeños ascensores. No había nada a la mano para combatir el incendio. Lo
único que se podía hacer era advertir a las demás y tratar de huir.
Jamás se había llevado
a cabo un ejercicio de respuesta a incendios. Muy pocas trabajadoras sabían que
existía una escalera de escape que bajaba por un angosto pozo vertical en el
centro del edificio. Algunas lograron bajar apuradas por la escalera principal,
antes de que las llamas la bloquearan. Otras subieron al ascensor, llenándolo
al tope encima de las cabezas de las que estaban paradas, sin dejar espacio ni
aire. Descendió a la planta baja y dejó de funcionar.
Arriba, el octavo piso
se volvió una masa de llamas. Alguien telefoneó una advertencia a las
oficinistas del décimo piso. La mayoría tuvo tiempo para subir a la azotea. En
el noveno piso, no hubo advertencia: las llamas irrumpieron por debajo de las
mesas de trabajo; el humo llenó el galerón rápidamente. Luego, se descubrieron
esqueletos calcinados agachados sobre las máquinas; o, cuando las llamas les
alcanzaron las ropas, se subieron a las mesas y ahí murieron.
Hallaron montones de
cadáveres acurrucados cerca de las puertas de salida. En el noveno piso, los
capataces tenían cerrada con llave la salida a una escalera para que las
trabajadoras no salieran a descansar. Otras salidas no estaban con llave pero
abrían hacia adentro y no se podían abrir con el peso de tanta gente
desesperada.
Algunas mujeres
lograron bajar por la escalera de escape. Las primeras que bajaron por el pozo
encontraron que las escaleras metálicas no llegaban al suelo. Era una trampa
sin salida, pero imposible dar marcha atrás. Por la implacable presión y peso
de las mujeres a su espalda, simplemente caían desde el último peldaño.
Después, encontraron muchos cadáveres, lanceados por las varillas de hierro de
una cerca.
Bajo el peso de las
trabajadoras, la escalera desvencijada se derrumbó. Desde los salientes muchas
trabajadoras no pudieron alcanzar ninguna salida y las llamas las obligaron a
huir de los galerones. Brincaron y cayeron por el pozo del ascensor; se
hallaron al menos 20 cadáveres al fondo. Muchas tuvieron que salir por las
ventanas: se formaron en fila india en los angostos salientes, mirando hacia
las multitudes en la calle abajo.
Los primeros bomberos
con escaleras, la Compañía 20, llegaron corriendo por la calle Mercer. La
multitud gritaba, con una sola voz: "¡Suban la escalera!". Pero había
subido al máximo y solo alcanzaba hasta el sexto piso. Desde el reborde del
noveno piso una muchacha agitaba un pañuelo. Una llama le quemaba el borde de
la falda. Saltó y trató de agarrarse del tope de la escalera, que quedaba como
a 10 metros, pero fue inútil y cayó como un cometa en llamas.
Los bomberos usaban las
mangueras para proteger a la gente atrapada en los salientes, pero fue inútil.
Ante la multitud horrorizada, las llamas forzaron a más y más trabajadoras
hacia los salientes. No cabían más y las llamas alcanzaron a quienes estaban
más cerca a las ventanas.
Muchas costureras, compañeras de vida y de trabajo, se abrazaron fuertemente y
saltaron juntas. No sirvieron las redes de los bomberos, pues el peso de los
cuerpos en picada las desgarró e incluso cuarteó la acera. (La
Neta del Obrero Revolucionario)
El New York World escribió: "Hombres y mujeres,
muchachos y muchachas, amontonados en los salientes, gritaban y saltaban al
espacio, a la calle abajo, con la ropa en llamas. Cuando unas muchachas
saltaron, su cabello flotaba en llamas. El impacto en el pavimento producía un
ruido sordo".
Según un informe del Jefe de Bomberos, el incendio pudo
provocarse por una colilla mal apagada tirada en un cubo lleno de restos de
tela que no se había vaciado en dos meses. Un artículo del New York Times
sugería que podía haberse originado en el motor de una máquina de coser.
La catástrofe conmocionó a la ciudad. En recordatorio a este
sangriento hecho bajo el lema “Por un Planeta 50-50 en 2030: Demos el paso para
la igualdad de género”, hoy 8 de marzo se conmemora el Día internacional de la
mujer.(Fotos inter)
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