EL INDIO MARTÍN ESPINOZA (Parte I)


Martín Espinosa era un indio mestizo, hijo de un español con una india, que había sido violada y por razones divinas de Dios había nacido el muchachito, que la indiada le puso por nombre Martín, pero se crió en un ambiente de odio contra los blancos.

“Yo nací condea’o por la tragedia y la violencia, el españor que violó y empreñó a mi ma’e, esa indiecita que no me dejó morí y me cuidó la vida, no sabía ese mardito gooodo que iba a egendrá un demonio como yo”.

Así decía el indio Martín Espinoza, delirante de rabia y de un odio intestinal, cada vez que recordaba el hecho.

Sus ojos verdes hinchados de ira, parecían dos centellas cargadas de odio al recordar que por sus venas recorría sangre de blanco, que desgraciadamente iba mestizando la de sus ancestros de aborigen puro.

Su pecho desnudo y fruncido en su musculatura plomiza, inspiraban compasión y miedo. Hombre de pequeña estatura, con pantalones grisáceos, derruidos y arremangados, pies descalzos y encallecidos, brazos cortos y corpulentos, cabellos lacio y castaño y manos menudas y remarcadas por las heridas ganadas en su azarosa vida.

Dicen que Martín Espinoza, nació en El Pao de San Juan Bautista de Cojedes. Allí hubo tribus de indios que tuvieron que emigrar hacia otra parte porque mataban a los misioneros que llegaban allá.

“Mi mae me decía que El Pao, era sólo El Pao y que esos que llegaron le remoquetearon el San Juan Bautista, asina fue que luego en una madrugaita esos marditos blancos atacaron er pueblo y después de tanta resistencia los desgraciaos lo invadieron matando gran parte de la gente y fue cuando el condena’o españor violó a mi ma’e, cometieron toda clase de fechorías, quemaron to’o los ranchos y fue cuando ella pudo corré y huir, hasta guarecerse en un rancho de unos indiecitos que le curaron las heridas, al tiempo vio su barriga crecé conmigo adentro”.

Martín Espinoza se vino de allá de El Pao de San Juan Bautista a causa de haber asesinado a un cura, porque a ese lugar de las pampas llegaban los curas a adoctrinar a los indios.

“Allí me crié entre la indiada, aprendí todas las mañas de la sabana y a no dejame jodé de los poderosos, por eso me acusan de la muerte del curita, pero como Zamuro no cae en trampa ni caricare en batea, esos curitas vinieron por lana y salieron traquilaos”.

Martín Espinoza fue uno de esos indios que emigró, cruzó El Baúl y llegó al cantón de Guanarito, al caserío Río Viejo y se convirtió en un humilde bonguero que andaba en su canoa, vendía en ella trapos y distinta mercancía, aunque siempre pensaba que:

“La guerra no ha termina’o, apenas está comenzando, ellos creen que los indios somos brutos y pendejos, pero tan equivoca’os, por eso me vine del Pao, cuando aquellos capuchinos querían arrianos como si fuéranos bestias”.

De El Pao de San Juan Bautista, se vino huyendo pasando caudalosos ríos, caños y quebradas, enfrentando los peligros de la tupida selva de los llanos, preñada de animales feroces, la cual para entonces era casi impenetrable.

“Llegué al caserío Río Viejo a un costado del río Guanare Viejo, muy cerquita del pueblo de Guanarito, pueblo de indios laboriosos y tranquilos, me vine a trabajá como bonguero, pero al pendejo no le ajila ni que pesque en ribazón, taba muy tranquilo trabajando más que burro cargador de leña, hasta que pasaron esos marditos colora’os y me desgraciaron de nuevo mi vida”.

Le salió un callo en el lomo de tanto moverse de un lado a otro, cargando día y noche el canalete, trabajando más que hormiga haciendo nido, hasta que un día pasaron los colorados, como le llamaban al ejército del gobierno, quienes en su paso por los pueblos y caseríos, cometían las más atroces barbaridades y vejámenes contra los desvalidos habitantes.

No dejaba de parecer un hombre tosco, huraño, arisco y repulsivo ante las miradas temerosas, de quienes le escuchaban decir con su voz ardiente de ira:

“Esos gooodos son unos marditos bandíos, vestíos de grandes señorones, que creen que con el engaño de su mando, van a mantené asina el poder, pero lo juro por mi raza india, que por donde pase Martín Espinoza, no quedará en mi camino un blanco pa’ que eche el cuento”.

Resulta que un día, cuando el indio Martín Espinoza llegó a su rancho, encontró a su mujer y a su hija muertas. Se suicidaron al estilo Caribe, que era dejarse desangrar ellas mismas, cortándose las venas por haber sido violadas por los colorados y por la vergüenza de su mujer de haber sido de otro y la de su hija, por haber sido ultrajada su pureza, consumaron el trágico hecho.

Cuando el indio Martín Espinoza entra a su rancho y ve a su mujer y a su hija desangradas, le entra la ira diabólica, la rabia del indio, y jura que desde ese momento mataría a todos los godos que se le atravesasen en el camino, convirtiéndose desde ese instante en el ser infernal que marcaría su vida hasta sus últimos días.

Arremetía como fiera herida, con odio y rabia incontenible y sin contemplaciones, con todo aquel blanco que supiera leer y escribir.

“Carajo, que no quede un godo vivo”, decía glorioso en sus andanzas guerreras y, cuando encontraba a uno, sólo le decía: “Carajo, engrille”, que consistía en “córtales la nuca y decapítalos”, limpiando el machete con sus labios. Ese era Martín Espinoza.

Además de ser bonguero, son muchas las historias que se tejen sobre su peculiar vida, después de su tragedia. Fue compañero de los indios Regino Sulbaran y José Antonio Linares, quienes mucho antes de Zamora realizaron batallas y sangrientos combates contra los colorados en Trapichito, Morrones, Terrón Blanco, Los Jobos, Caño Hondo y en Guanarito, hasta que se unió luego al ejército federal de Portuguesa, Barinas, Guárico y Apure, por todos esos caminos del llano anduvo Martin Espinoza haciendo su revolución a su manera.

Era un gran experimentado en reclutar soldados para la causa liberal, alcanzó a formar un gran ejército de indios, a toda esa indiada con sed de venganza, por haber sido víctimas también de los crímenes y vejámenes de los colorados. Reclutaba hasta más de mil hombres en un día.

Martín Espinoza llegó a ser muy respetado y temido en todo el llano, el sólo escuchar su nombre ahuyentaba a todo aquel que, por el hecho de ser blanco o saber leer y escribir, se sentía presa fácil de su salvajismo y venganza.

El Estado Mayor de su ejército lo componía un grupo de hombres hambrientos de venganza y odio, conformado por bestiales hombres de la guerra, quienes llevaban apodos de animales feroces, como para infundir el terror, miedo y respeto entre sus enemigos.

La historia no conoce sus nombres verdaderos, eran trece fieras, conocidas como: Onza, Tigre, León, Pantera, Caimán, Perro, Mapanare, Gavilán, Toro, Zamuro, Lobo, Caribe y Cascabel.

Estos funestos personajes hacían los desmanes más inverosímiles que podían ocurrir en esas desoladas regiones sumidas al salvajismo de estos siniestros hechos de guerra y venganza.

“Vamos, muchachos, hacé la revolución, quitémole a los ricos y repartámosle a los pobres, no dejen una casa de rico sin echarle candela, que viva la federación y que muera el gana’o, carajo”.

Decía en su arengas guerreras a sus treces fieras que comandaban su desordenado y sanguinario ejército de hombres sedientos de venganza y cargados de odio.

Estos sanguinarios y bárbaros hombres que asediaron el llano con sus más crueles modos de hacer la guerra, entonaban estas y otras coplas que aterrorizaban el mundo civilizado:

“Yo quiero ver un godo

colgado de un farol

y miles de oligarcas

con las tripas al sol.

Quisiera ver un cura

colgado de un farol

y miles de monjitas

con las tripas al sol”.

En medio de la humareda, con olor a madera quemada, a cuerpos putrefactos, quedaban los pueblos, luego que la tropa de más de mil hombres, del indio Martín Espinoza, pasaba por los pueblos del llano desbastando todo que oliera a godo.


Alberto Pérez Larrarte

Cronista Oficial de la ciudad de Barinas.

De mi libro: Relatos de la guerra larga. Editado por Amazon

Continua

Comentarios