EL INDIO MARTÍN ESPINOZA (y Parte II)



Sólo se escuchaba el eco de su sentencia que infundía el pánico y terror agobiante en los pobladores de estos llanos inhóspitos, que retumbaba en la capital de la república.

“Vámonos pa’ Caracas, a matar todo el que sea blanco, todo el que sea rico, todo el que sea godo y todo el que sepa leer y escribir”.

Eran hordas de seres en cuerpos semidesnudos, harapientos y salvajes, quienes con su incivilizada manera de vivir reclamaban sus legítimos derechos y la usurpación de sus tierras, reclamo generado a causa de la explotación de las fuerzas poderosas, quienes hasta ahora se sentían dueños del país.

La guerra Federal fue una guerra brava que se apoderó de Venezuela por el incubado odio en estos hombres desde tiempos coloniales, quienes por naturaleza propia ejercían su libertad de hacer justicia con sus propias manos; ellos no entendían si la causa era justa o no, para ellos predominaba la sed de venganza, por los tantos atropellos sufridos por causa de los oligarcas.

“No joda, muchachos, si el carajo es arisco y valentón, cortemolé el de’o con anillo y todo, pa’que aprenda que cuando el indio Martín Espinoza da una orde se cumple, carajo”.

Esa es una de las tantas atrocidades que vivió esa condenada guerra larga y de la que la memoria colectiva le imputa a ese legendario caudillo.

También se comenta entre historias, mitos y leyendas que fluyen en el imaginario popular, que cuando sus tropas llegaban a un pueblo, violaban a las mujeres blancas, y él, como jefe, en cada lugar se casaba con la muchacha blanca más hermosa de la comarca, y después de saciar su cuerpo la entregaba como regalo de triunfo a sus trece fieras.

Muchos autores narran de manera novelesca que su crueldad era tal, que no le conmovían los regados cuerpos mutilados que, como mantos sangrientos, colmaban las sufridas llanuras; ni el grito, ni el llanto de las madres y niños, le detenían su instinto de fiera salvaje cuando arremetía contra los godos.

“Engrille, carajo pa’cortale la cabeza”. Era lo último que sus víctimas indefensas escuchaban en medio de la algarabía y carcajadas de sus trece fieras, quienes celebraban el inhumano suceso como un acto de heroicidad.

Ya para ese tiempo el nombre del general Ezequiel Zamora recorría los llanos que servían de andanzas y senderos a las tropas del legendario Indio Martín Espinoza, quien también tenía su fama regada.

“Muchachos, mientan por ahí a un tal generar Zamora, y que es guapo el hombre y que ademá le gusta mandá, pero con el indio Martín Espinoza y sus treces fieras va tené que hice con su música a otra palte, porque a nosotros naide nos manda”.

Cuentan que comentaba presuroso y envalentonado el indio al conocer los avances triunfantes del ejército federal, que venía en campaña hacia los llanos de Portuguesa y Barinas.

“Piquémosle adelante, muchachos, busquemos el río y tomemos los pueblos en el camino, vámonos bordeando su orilla y lleguemos a Puerto e Nutrías, que dicen que allí abunda la riqueza y hagámonos respetá por esos oligarcas”

Los indios de Guanarito venían tomando pueblos, tomaron a Mijagual, Santa Rosa, Dolores y Libertad, hicieron gobiernos allí a su usanza y manera de gobernar, hasta que llegaron a Puerto de Nutrias y se establecieron en el centro comercial de los llanos.

Con la alcahuetería de Carlos Enrique Morton de Keratris, implantan su autoridad, cometiendo toda clase de delitos, desde el Puerto comienzan sus correrías por los llanos de Barinas, Apure y Guárico.

Quisieron tomar por asalto a la ciudad de San Fernando de Apure, le prendieron candela, siendo rechazados en feroz defensa por sus autoridades, no les quedó más remedio que regresar a Puerto de Nutrias.

Hay un hecho que dio paso a la fundación de Bruzual, con las amenazas de los indios de Guanarito de invadir San Fernando, el ejército de Apure, resolvió establecerse a la otra orilla del caudaloso río y los comerciantes de Puerto de Nutrias al verse amenazados por las constantes tropelías de estos hombres de Martin Espinoza, se vieron en la obligación de trasladarse al otro lado del río Apure para protegerse, allí en ese lugar comenzó el poblamiento de lo que hoy conocemos como Bruzual, en lo que llamaban para ese tiempo las Mangas Anguleras, corrían los años 1858 y 1859, en plena guerra federal.

Para el general Zamora ya era notoria la zozobra en que vivían los habitantes de esos pueblos del llano, por los asaltos y atrocidades que cometían esas montoneras de indios comandados por el célebre Martín Espinoza.

El general Zamora tuvo conocimiento de que en Tucupido del Guárico, el indio Martín Espinoza se empecinó en asesinar al cura del pueblo y al jefe civil, porque se negaron a casarlo con una de las muchachas más lindas y respetadas de la población.

“Caray, ese condenado indio es un bárbaro, cometiendo delitos no se hace revolución, ese bandido se ha robado de los hatos guariqueños más de mil bestias, cometiendo las peores fechorías sin tomar en cuenta que al pobre no se toca, porque los que forman parte del ejército de hombres libres, saben que hay que joder es a los ricos y lo que se debe coger son los ganados, bestias y tiendas de los godos, porque con esas propiedades es con lo que ellos se imponen y oprimen al pueblo. A los godos se debe dejar en camisa, pero la gente del pueblo, igual a ustedes, se respeta y se protege”.

Encontrándose bajo la sombra de un frondoso samán, comentaba airado y angustioso ante su secretario de guerra, general Francisco Iriarte y del general toruneño Isidro Contreras Camacho, quien le dijo:

-General Zamora, entendemos lo grave de la situación, porque lo peor para un ejército es la indisciplina, la anarquía y el desorden. Ese hombre es temerario, cuando pasó por Barinas quiso meterle candela a la ciudad y quemar los archivos, no lo hizo gracias a la intervención oportuna del doctor Valbuena, médico muy respetado y querido en la población, a quien ya conocía cuando intentó meterle candela a Sabaneta y fue quien le curó una cornada que la había dado un toro cimarrón.

-General Contreras, tiene usted razón, una cosa es la anarquía y otra la libertad, el ejército de hombres libres no puede permitir que facinerosos y vulgares criminales sigan manchando nuestra causa.

-General Zamora, hay una buena nueva. Me ha informado el capitán Jesús María Tapia, que Martín Espinoza y su indiada van camino a Santa Inés.

El capitán Jesús María Tapia, era uno de los oficiales más disciplinados y de una gran autoridad moral en el ejército federal. Era retaco y de piel muy blanca, con unos ojos azulitos como el mar y un cabello liso y amarillo como el sol que se pierde al caer la tarde en el horizonte de la sabana.

El general Zamora sabía que había que parar la desbandada que se venía produciendo en el ejército y decididamente infiere:

-General Isidro Contreras, no dejemos que aclarezca el día, de inmediato le designo para que organice una operación con sus mejores hombres para que vayamos a detener sus fechorías e insubordinación, porque si no lo hacemos nos agarra el catarro sin pañuelo.

-Sí, general, la anarquía es mala consejera, de inmediato instruiré órdenes a los hermanos Belisario: Lorenzo, Antonio y Nicasio, quienes vienen de Chaguaramas y esos no comen aguacate con cambures, ni plátanos en San Fernando, porque usted sabe que indio con palo no vuelve y, si vuelve, no es el mismo.

Estos hermanos Belisario eran hijos del viejo y afamado coronel de la independencia, Lorenzo Belisario, quien también era un federalista hasta la cacha.




Su fama de llaneros hábiles, valientes y de probada fidelidad a la causa, motivaron las razones del general Isidro Contreras Camacho, comandante del cuartel del Puerto de Torunos, la recomendación de estos oficiales para cumplir tan difícil y peligrosa misión de montarle la celada al audaz y temerario indio Espinoza.

-Bueno, general Contreras, usted conoce bien a su gente. No hablemos más del asunto, cuando tenga al pájaro en la jaula me avisa, entiendo que con ese condenado indio hay que ser precavido, porque es mañoso, astuto y guapo. Hágale morder el peine, carajo.

Los guariqueños cumplieron el mandato con astucia, malicia y picardía llanera, lograron entretener las fieras y en un descuido dieron el zarpazo que los llevó al término deseado de la operación.

Así fue como se preparó el Consejo de Guerra que determinó el fusilamiento del legendario indio Martín Espinoza, por las cantidades de acusaciones de robos, crímenes y desobediencia a la causa federal, que pesaban sobre su temida humanidad.


Alberto Pérez Larrarte

Cronista Oficial de la ciudad de Barinas.

De mi libro: Relatos de la guerra larga. Editado por Amazon

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