PERIQUERA
Al solo preguntarle sobre la batalla de Periquera soltó su
mundo de recuerdos, parecía que le atormentaba tanta historia no contada. Los
ojos le brillaban al recordar aquel episodio, sentía la emoción en su voz;
percibí en su rostro la frustración que le afligía y hasta vi recorrer lágrimas por sus
arrugadas mejillas.
Fue describiendo cada detalle sobre aquel fatídico episodio
de esa guerra sin sentido y que llenó de desencanto a casi toda la oficialidad,
devastando a aquel gran ejército de hombres sedientos de libertad y cargados
ilusiones.
“La pelea de Periquera fue en el año 21, ese lugar del alto
Apure, que hoy es Guasdualito, lo invadieron los generales Emilio Arévalo
Cedeño, el general Pedro Cachuto, el general Fermín Toro, el Tuerto Vargas y mi
general Pedro Pérez Delgado.
Ahí murió Cincinato, mi hermano menor; lo mataron en la
esquina de don Víctor Estela, allí
diagonal con la plaza, le dieron un tiro en la frente cuando se aventuró
a colocar la bandera sobre el busto de El Libertador; al otro lado estaba el
cuartel.
Yo servía bajo las órdenes del general Pedro Pérez Delgado,
Maisanta, quien acabó con el batallón tachirense; hicimos una masacre allí en
la manga”.
Más se emocionaba, más brillaban sus azules ojos y lo veía
como poseído por tantos recuerdos que le invadían el alma. Yo guardaba silencio
y atento le seguía escuchando sus cuentos.
“El Tuerto Roberto Vargas se cagó en el alma de la
revolución; después que a los emisarios del tirano los teníamos sometidos,
pacta una amnistía.
Los generales Pedro Pérez Delgado y Emilio Arévalo Cedeño no
querían conceder la amnistía, porque ellos sabían, sencillamente, que era una
treta para esperar los refuerzos, que vendrían de Barinas y el Táchira.
Después que el Tuerto Vargas concede la amnistía, el general
Pedro Pérez Delgado ha besado el suelo y pega un grito que se escuchó en toda
la sabana apureña. Dijo lleno de rabia:-Maldito sean esos doctores, tànta
sangre derramada para llegar al desengaño y la traición.
La amnistía era únicamente para esperar el gobierno de
Barinas y gente de San Cristóbal; todos lo sabíamos, después de tener el cuero
en la mano lo dejamos ir.
Nosotros estábamos en El chiquero, más abajo de El Palito,
eso queda como a un kilómetro de Guasdualito; salimos de ahí como el que va
para su casa a las seis de la mañana. Al pisar el terraplén y entrar a la
primera calle, yo venía acompañado de
don Lino Luzardo, llegando a la esquina, vimos a Tiberio Agüero, (Aguerito)
quien al ver a don Lino, fue a abrazarlo en medio de la pelea y por desgracia
los mataron a los dos y yo me salve de vaina.
Eso lo reducimos a cuartel, fue una batalla campal. El ejército del gobierno, lo comandaban el
general Vinicio Jiménez, el coronel Paredes Pulgar y Jesús Antonio Ramírez. Yo conocía una historia del
general Ramírez.
Desde el otro lado de la plaza le gritaba, recordándole una
carta cuando él se comprometía con Arévalo a ponerse a orden de la revolución.
Eso no lo pudo negar nunca el general Ramírez.
Doctor Tapia, don Fidel Betancourt Martínez sacó la
carta y se la leímos en la plaza, ellos
estaban acuartelados y yo le dije:-General Ramírez, que se va a esperar de
usted; ya sabe que cuando La Libertadora
usted se portó muy mal, por eso salimos nosotros con el apodo de culo é coco.
Así llamaban a los barineses, por eso tuve un pleito con un tercio en La
ceniza, por esa vaina que pretendían enlodarnos a los barineses. Ojalá, no se
hubiera muerto el general Ramírez para comprobarle lo que le estoy contando.
Pararon la pelea, dieron la amnistía, por eso le reitero que
El Tuerto Vargas fue quien se cagó en la hermosura de nosotros; ese carajo no
podía decir nada de Arévalo; de Arévalo pueden hablar lo que sea; pero esa
vaina que él estaba en combinación con Gómez es mentira.
Un día tuve un altercado con este viejo muérgano y
sinvergüenza de Guerra por hablarme mal de Arévalo. Le dije:-Qué carajo va usted hablar de Arévalo, usted se llena la
boca diciendo que su cuñado Maximiliano Sosa, qué va hablar, si su cuñado
Maximiliano Sosa, cuando más lo necesitamos el año 13, se fue buscando el auxilio
de Arauca, que va usted hablar de Arévalo.
Cuando pararon la pelea ya habíamos dado el triunfo a los
falderos de Gómez, los teníamos acuartelados y el general Arévalo les hace un
motín al general Vinicio Jiménez, donde
le pide rendición incondicional. Y le contesta el general Vinicio
Jiménez, -es imposible que un general poderoso que porta las charreteras como
debe ser; pueda rendirse incondicionalmente-. Eso es imposible.
Esa nota que le pone trancada Arévalo, donde le pide
rendición incondicional, mientras sucede eso, llegó el ejército de Barinas,
allí venia Juvenal Balestrini, Rafael Rocha, Barazarte y muchos hijos de
Barinas. Cuando paró la pelea nos abrazamos a pesar de ser de bandos
contrarios. Figúrese usted lo que era esa condenada guerra del carajo”.
Su rostro cambiaba cada vez que surgían en el ánimo de la
conversa, hechos inverosímiles y su pensamiento parecía que se perdiera en el
letargo de la tarde barinesa, que nos servía de cómplice bajo la hospitalidad
brindada en su casa solariega.
Esta era otra historia de las tantas contadas con el
entusiasmo de desahogar las penas y alegrías de su guerrera vida.
Alberto Pérez Larrarte
Cronista de Barinas
De mi libro inédito:
El último soldado de Maisanta.
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